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«Hoy más que nunca debemos formar mentes, no solo llenarlas» (Charles Fadel) Y yo digo: “Hoy más que nunca debemos formar mentes y corazones, y no solo llenarlos…”.
El escenario mundial ha cambiado, y las necesidades de los estudiantes también, y todo ello ha sucedido sin darnos cuenta. Por eso me pregunto: “¿No estaremos educando a los estudiantes de hoy para un mundo que ya no existe?”.
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Introducción
“La escuela de hoy no sirve para educar a los hombres del mañana, porque es obsoleta, masiva y poco personalista, desconectada de la realidad, dividida en disciplinas inconexas, organizada según parámetros que no responden a las necesidades del siglo XXI: un horario de 9 a 17, heredado de la época industrial, y un calendario propio de la época agrícola con tres meses de vacaciones improductivos”.
Quien lo afirma es el ingeniero estadounidense Charles Fadel, prestigioso pensador de la educación global, coautor del libro Habilidades para el siglo XXI, y director del Centro de Rediseño Curricular que trabaja con las mejores institucio-nes educativas del mundo en repensar lo que deben aprender los niños.
Asegura que el sistema educativo es obsoleto y obliga a las empresas en todo el planeta a gastar US$ 200.000 millones por año en capacitación. Ese sistema no está en condiciones de producir en una economía tan compleja, volátil y mutante como la actual.
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¿Qué deberían aprender los estudiantes del siglo XXI?
Necesitan adquirir los conocimientos, capacidades, elementos de carácter y meta-cognición necesarios para el siglo XXI. Un tipo de conocimiento más sintético y comprensivo, elevado y complejo. Deberían desarrollar un pensamiento crítico y creativo por fuera de lo establecido, en colaboración con otros. Aprender a resolver problemas y armar los propios, llegar a un resultado por distintos caminos; comunicarse adecuadamente en forma oral y escrita, y adquirir fluidez tecnológica. Desarrollar aptitudes del carácter, como la curiosidad, el coraje, el liderazgo y la ética. Y, por supuesto, estar preparados para seguir aprendiendo toda la vida. Cada alumno debe ser protagonista y constructor de un aprendizaje innovador.
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¿Cómo debería ser la escuela?
Relevante, permeable al mundo, donde se aprenda teoría y práctica, y que proponga proyectos interdisciplinarios. Pero, por sobre todo, tiene que ser capaz de dar razones a sus alumnos de por qué se estudia lo que se estudia.
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¿Por qué hay tanta resistencia al cambio?
Cambiar siempre es difícil. A esto se suma una injustificada preocupación de los gremios y los maestros por perder relevancia, y a exámenes y estándares viejos y demasiado simples con preguntas de opción múltiple. Responden a una currícula atrasada que daba respuestas a los problemas de la época industrial, pero no a la era del conocimiento. Los educadores debemos plantearnos preguntas.
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¿Cuáles?
Si las expectativas de aprendizaje han cambiado con los años o siguen siendo las mismas que en la Edad Media. Seguimos estudiando la geometría de los griegos, que es posible que sea útil, pero insuficiente. Preguntarnos y ser capaces de probar por qué es relevante estudiar tal o cual concepto y cómo el desarrollo de cierta habilidad contribuye a construir la capacidad cognitiva. No siempre la matemática ayuda para aprender a pensar lógicamente. Depende de cómo se enseña.
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¿Qué le aconseja a un maestro?
Que enfrente su miedo a la tecnología, que jamás reemplazará cualidades y aptitudes humanas. Que no bloquee el progreso, que sea abierto a la discusión sobre qué aprender. Que enseñe a través de proyectos interdisciplinarios. Que se vea a sí mismo como tutor más que catedrático. Y que enseñe conceptos relevantes y habilidades y herramientas mentales que le permitan aprender cualquier materia por sí mismo, más que contenidos que hoy los chicos pueden obtener en la Web.