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Educar para el siglo XXI

El escenario mundial ha cambiado, y las necesidades de los estudiantes también. Y yo me pregunto: “Si seguimos educando como lo hacíamos a final del siglo XX, ¿no estaremos educando a los estudiantes de hoy para un mundo que ya no existe?”

«Hoy, más que nunca, debemos formar mentes, no sólo llenarlas» dice Fadel, Ch. y yo digo: “Hoy más que nunca debemos formar mentes y corazones”.

Baltasar Gracián, en el siglo XVII, decía: “De nada sirve que el entendimiento se adelante si el corazón se queda”. El conceptista Gracián lo dijo en pocas palabras, pero hoy en día podríamos expresarlo de esta forma: “De poco sirve el desarrollo de la mente – inteligencia cognitiva – si no desarrollamos el corazón – inteligencia emocional -. Muy bien lo expresó también el filósofo español X. Zubiri cuando afirmó: “El fin de la educación es formar inteligencias sintientes y corazones inteligentes”.

La escuela de hoy, tal como está concebida, no sirve para educar a los ciudadanos del mañana. Es una escuela en muchos casos obsoleta, masificada y poco personalista, desconectada de la realidad, organizada según parámetros que no responden a las necesidades del siglo XXI: un horario de 9 a 17, heredado de la época industrial, y un calendario propio de la época agrícola con tres meses de vacaciones improductivos. Así lo afirma el ingeniero estadounidense Charles Fadel, prestigioso pensador de la educación global, coautor del libro Habilidades para el siglo XXI, y director del Centro de Rediseño Curricular que trabaja con las mejores instituciones educativas del mundo dedicadas a repensar lo que deben aprender los niños y adolescentes.

En este contexto nos preguntamos: ¿qué deberían aprender los estudiantes en el siglo XXI?

En el siglo de la Sociedad del conocimiento en el que los conocimientos son infinitos y perecederos, y que se encuentran a través de informaciones y datos que proporcionan los medios digitales y físicos, se necesita que el estudiante adquiera capacidades variadas – como herramientas de aprendizaje –, que le permitirán aprender cualquier contenidos en breve tiempo. No solo habilidades que le permitan aprender sino actitudes que le permitan vivir en sociedad.

Un tipo de capacidades y habilidades a través de la cuales puedan transitar de la información a un conocimiento sintético y comprensivo, elevado y complejo. Deberían desarrollar un pensamiento crítico y creativo por fuera de lo establecido, en colaboración con otros. Aprender a resolver problemas y armar los propios, llegar a un resultado por distintos caminos; comunicarse adecuadamente en forma oral y escrita, y adquirir fluidez tecnológica.

Por otra parte, hablando de la inteligencia emocional, desarrollar valores y actitudes del carácter, como la curiosidad, el coraje, el liderazgo y la ética, la responsabilidad, la solidaridad, etc. Y, por supuesto, estar preparados para seguir aprendiendo toda la vida. Cada estudiante debe estar dispuesto a aprender, desaprender y reaprender durante toda la vida, pues es él mismo el protagonista y constructor de un aprendizaje innovador.

En síntesis, como hemos dicho anteriormente: desarrollar inteligencias sintientes y corazones inteligentes. Ahí están resumidas todas las competencias que hoy en día se exigen a un estudiante de EBR y de universidad.

Si educar es ayudar a vivir, la buena educación debe mostrar además el camino de la felicidad. La educación es el gran motor de la felicidad del ser humano en todo estudiante, máxime en el estudiante universitario, si pretende mantener el calificativo de “educación superior”

Un texto de Alves, R. (1996) dirigiéndose a los profesores lo expresa con claridad meridiana: “…Acordaos de que vosotros sois pastores de la alegría, y que vuestra primera responsabilidad está definida por un rostro que os hace una petición: “Por favor, ayúdeme a ser feliz…”.

Si el proceso de aprendizaje pudiera compararse a la tarea de hacer un café, podríamos decir lo siguiente (González Geraldo, J. L. (2014):

  • Tendríamos que plantar el café y dejar que crezca (cuidarlo para que crezca sano).
  • Las plantas salvajes del café se pueden identificar con los datos de la información, en los que no ha intervenido el estudiante concreto, pues le son dados en la mayoría de los casos. Son datos “crudos”, sin preparar.
  • Tras la búsqueda y recolección obtenemos los granos de café. Es la materia prima;
  • Hacemos de hacer un análisis y una selección de los materiales; escoger los que sean útiles para nuestro propósito.
  • En este momento ya estamos en condiciones de procesar-transformar la información en conocimiento. Transformar el fruto del café – el grano escogido y seleccionado — en una rica taza de café. Aquí interviene el molinillo y la cafetera, identificados como el profesor o los estudiantes.
  • Podemos afirmar que cada uno elabora un café distinto en función de sus habilidades, aun partiendo de los mismos granos de café – igual materia prima -.
  • La obtención de un café excelente es una ciencia y un arte, lo mismo que una educación de excelencia.

El producto final de ese trabajo es el conocimiento, un concepto perfectible y dinámico. Savater, F. (1999), Román, M. (2008) y otros autores nos hablan de tres formas de entendimiento: la información, el conocimiento y la sabiduría.

He aquí el desafío de toda educación: preparar personas que sean capaces de transformar la información en conocimiento y el conocimiento en sabiduría para construir personas con una biografía feliz y que sean productivas en la sociedad.

Neill, A. S. – el fundador de la famosa escuela Summerhill – escribió una frase que puede ayudarnos a comprender cuál es el objetivo de la escuela y del sistema educativo: “Un egresado de la universidad puede ser un desecho en su aspecto emocional (…) hay que formularse esta pregunta básica: ¿qué podemos hacer para formar personas más felices y más eficientes en su trabajo, más equilibradas en su carácter, más satisfechas en su vida emotiva?” (Neill, 1975).

Tengámoslo muy en cuenta.

Marino Latorre

Marino Latorre

Director de la Escuela de PostGrado de la Universidad Marcelino Champagnat. Licenciado en Ciencias con especialidad en Químicas por la Universidad de Valencia. Realizó sus estudios de doctorado en la Universidad de Alicante (España). Es Doctor en Educación, mención Psicopedagogía, por la Universidad Marcelino Champagnat de Lima.

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